Laura Sarabia: de funcionaria polémica a voz sensata, el giro oportunista de la narrativa política y mediática en Colombia
Laura Sarabia presentó su renuncia esta semana a la Cancillería de la República, en medio de un nuevo episodio institucional que ha sacudido al gobierno de Gustavo Petro. El detonante, según diversas versiones, habría sido una fuerte discrepancia con el nuevo jefe de gabinete, el pastor Alfredo Saade. El punto de quiebre: la licitación para la elaboración de pasaportes. Mientras Sarabia defendía una prórroga técnica con la empresa Thomas Greg & Sons para evitar un colapso logístico, el gobierno impulsaba una transición inmediata hacia un nuevo operador, a pesar de que no contaba con la preparación suficiente. La alternativa propuesta: un convenio entre la Imprenta Nacional y la Casa de la Moneda de Portugal. Su salida no solo implica un reacomodo dentro del Ejecutivo, sino que también ha desencadenado un giro profundo en la manera en que su figura está siendo presentada por los medios de comunicación y sectores políticos.
Hasta hace pocos días, Sarabia era blanco constante de ataques. La calificaban como la mujer que lo sabía todo, que tenía demasiado poder desde el primer día del gobierno y que actuaba con opacidad. Su nombre fue centro de escándalos como el caso de Marelbys Meza, la niñera que denunció haber sido víctima de interceptaciones ilegales y maltratos en un caso que involucró la pérdida de una maleta con dinero. Su cercanía con Armando Benedetti también fue motivo de sospecha y la prensa conservadora no escatimó en retratarla como una figura ambigua, cuestionable e incluso peligrosa para la estabilidad institucional. Se habló de redes de espionaje, enriquecimiento inexplicable de su círculo familiar, manipulación de procesos internos y un manejo excesivo del poder.
Sin embargo, tras su renuncia, la narrativa dio un giro radical. Ahora los mismos sectores que la condenaron sin matices la presentan como una “voz sensata”, una “figura técnica”, una “pieza clave” del gobierno. Columnistas que antes la tildaban de intrigante ahora lamentan su salida, advirtiendo que su renuncia deja al gobierno sin brújula. En un país donde la prensa opera muchas veces al vaivén de los intereses políticos, este tipo de transformaciones discursivas no son nuevas, pero sí sintomáticas. La misma Laura Sarabia que fue presentada como símbolo de corrupción y manipulación hoy es dibujada como la funcionaria eficiente, seria y comprometida que fue sacrificada por un conflicto de poder.
Este fenómeno no puede ser leído solo como una anécdota más del agitado escenario político colombiano. La instrumentalización de su imagen habla de una maquinaria mediática capaz de elevar o destruir a una figura pública sin un análisis real de los hechos, sin matices ni contextos. Los medios que hoy la defienden omiten su propio papel en su linchamiento. Los sectores de derecha que la atacaban por ser la mano derecha del presidente, ahora la presentan como víctima de una supuesta radicalización de Petro. Incluso algunos sectores del petrismo han entrado en la narrativa de la pérdida institucional que implica su salida, mientras otros aplauden el reordenamiento interno como una oportunidad para oxigenar el gobierno.
Lo cierto es que su renuncia pone en evidencia las tensiones entre decisiones técnicas y decisiones políticas dentro del Ejecutivo. El episodio de los pasaportes, más allá de la burocracia, representa un problema de fondo: la improvisación de un Estado que no logra fortalecer capacidades internas, mientras sacrifica a quienes advierten los riesgos. Sarabia, con todos sus antecedentes y polémicas, dejó claro en su carta que se iba por “coherencia institucional”, lo cual parece una forma elegante de decir que no estaba dispuesta a ser cómplice de una decisión mal calculada.
En Colombia no sorprende que una figura pública pueda ser demonizada y, al poco tiempo, glorificada. Pero lo que sí debería preocupar es la falta de profundidad en el análisis público, la ausencia de debate sobre los criterios técnicos que deberían primar en decisiones de Estado y la facilidad con que se borran las responsabilidades mediáticas. En este país, el relato pesa más que la verdad, y lo que se escribe sobre alguien importa más que lo que realmente hizo.
La historia de Laura Sarabia, como muchas otras en la política colombiana, no termina con su renuncia. Queda flotando una pregunta incómoda: ¿cuál Sarabia es la real? ¿La operadora oscura que los medios describieron durante meses, o la funcionaria seria y coherente que ahora exaltan? Quizás ninguna. Quizás ambas. Pero lo que sí es claro es que la forma en que fue narrada –y re-narrada– revela más sobre el poder de los relatos que sobre ella misma. Y eso, en una democracia en crisis de credibilidad, debería alarmarnos mucho más.
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