Tomado de https://tendenciapolitica.com
A raíz de las críticas de Felipe Zuleta, miembro de la mesa de Blu Radio, contra Luis Gilberto Murillo, por reubicar retratos de excancilleres con posturas racistas, Tendencia Política investigó el legado de discriminación histórica dentro del poder político colombiano. La evidencia muestra que la posición de Murillo tiene un fundamento. Varios líderes del país promovieron ideas abiertamente racistas desde el siglo XIX.
Los registros históricos muestran que múltiples figuras que ocuparon altos cargos en el Estado promovieron discursos de exclusión racial. La frase “negro ni mi caballo”, atribuida a Julio Arboleda Pombo —presidente de la Confederación Granadina en 1861—, es una de las más antiguas y representativas del pensamiento esclavista y clasista que dominaba las estructuras políticas del siglo XIX.
En esa misma línea, el geógrafo e intelectual Agustín Codazzi, figura clave en la construcción del pensamiento nacional, se refería a los afrodescendientes como “indolentes” y “no aptos para el progreso”. Sus ideas ayudaron a consolidar una visión jerárquica de la sociedad que perduró por generaciones.
Santiago Pérez, político liberal del siglo XIX, también dejó frases que hoy resultan inaceptables. En sus textos se refería a los negros como portadores de una “salvaje estupidez, insolencia bozal, espantosa desidia y escandaloso cinismo”.
Años después, en pleno siglo XX, Laureano Gómez —quien fue canciller y presidente de Colombia— llegó a decir que “el predominio de los negros en una nación la condena al desorden y la inestabilidad política y económica”. También calificó al Chocó como una región “maldita”, en línea con su ideología autoritaria y excluyente.
Durante las décadas de 1920 a 1940, políticos y académicos de peso promovieron ideas eugenésicas, asociando la mezcla racial con una supuesta “degeneración nacional”. Esta corriente pseudocientífica legitimó durante años la exclusión de los afrocolombianos de los principales proyectos de modernización.
Incluso la prensa reflejó esa visión discriminatoria. A finales de los años cuarenta, tras la Segunda Guerra Mundial, medios locales de Cartagena calificaron el ascenso electoral de líderes afrodescendientes como una “dictadura mulata”, expresión que revela el rechazo a una participación política más amplia y diversa.
El desprecio hacia el Chocó en la historia reciente
La discriminación tampoco se detuvo con el paso del tiempo. En 2012, el diputado antioqueño Rodrigo Mesa desató polémica al afirmar que “darle plata al Chocó es como perfumar un bollo”, una frase ampliamente rechazada, pero sin repercusiones políticas. Años antes, el entonces embajador Sabas Pretelt de la Vega intentó disuadir a una periodista italiana de visitar esa región diciendo: “¿Para qué vas al Chocó, si allá solo hay negros y mosquitos?”
Durante el gobierno de Álvaro Uribe, su ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, se refirió al Chocó como “una carga para el país”, una expresión que reducía las complejas realidades de la región a un juicio económico sin contexto.
Incluso en la década de 1950, el general Gustavo Rojas Pinilla, entonces presidente, declaró que “el pueblo chocoano es una especie de minusválido e incompetente que requeriría ser desmembrado y entregado a los departamentos vecinos”. Esta frase resume cómo desde el más alto poder se ha avalado una mirada profundamente estigmatizante.
Estos hechos se insertaron en una narrativa histórica que ha marginado sistemáticamente a las poblaciones afrocolombianas, y ha justificado la inacción estatal frente a territorios como el Chocó, de dónde es oriundo Luis Gilberto Murillo. una de las regiones más olvidadas por los sucesivos gobiernos, a pesar de su riqueza cultural y natural.
Aunque la legislación colombiana contempla sanciones penales contra el racismo, en la práctica son muy pocos los casos en los que se judicializa a figuras públicas. La mayoría de los procesos recaen sobre particulares, mientras que líderes con poder continúan emitiendo declaraciones discriminatorias sin enfrentar consecuencias reales.
Quienes desestiman los hechos simbólicos que ha expuesto el exministro Murillo no solo ignoran su significado, sino que contribuyen a perpetuar el silencio frente a una verdad histórica. El racismo ha sido parte estructural del discurso político colombiano por más de un siglo. Denunciarlo no divide al país, más bien lo enfrenta con una deuda pendiente que durante décadas se ha preferido ocultar.
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