Una imborrable y fértil conversación


Por Nicolás Montero Domínguez,

Secretario de Cultura, Recreación y Deporte

 

Comenzó hace casi tres mil años, en las costas griegas, en las gradas que se extienden cerca al mar en Epidauro, en el silencio de las tardes donde más de doscientas mil personas atendían, con la atención abrasada bajo el sol, los parlamentos que desde el escenario interpretaban los autores. La voz de Antígona que ante la violencia del poder responde “Yo no nací para el odio, sino para el amor”. El reclamo de Ion que impreca a Apolo y a Zeus por abusar de las mujeres. La tenacidad de Prometeo que nunca se arrepiente, pese al castigo, de haber entregado el fuego a los humanos.

            Desde entonces y hasta ahora ha cambiado sin detenerse nunca. Se volvió móvil durante la edad media y recorrió los caminos buscando en las plazas de los pueblos dispersos públicos que se revelaban únicos y semejantes. Entró a los palacios del renacimiento italiano para a través de la risa servir de recordatorio a los poderosos sobre la contingencia de su supuesto poder, y volvió a la calle en el barroco, cargada de espejos, para preguntarnos si acaso no seríamos todos parte de una obra más grande cuyo director desconocemos. Dudó y tembló en el romanticismo, recuperó los motivos de su antigüedad, acompañó las tensiones de la guerra y entendió que no necesitaba grandes escenarios, y que en pequeños formatos podía seguir tejiendo su historia. Fue la primera conversación en tener al absurdo por centro. Poco a poco, enhebrando sus muchos aprendizajes, se entendió social, y colectiva, y pedagógica, y arrebatada, y mística, y completamente libre. Paso a paso llegó hasta nosotros, enriquecida con su mucha experiencia, para que la siguiéramos construyendo, para que nos siguiera acompañando, para que nos siguiera ayudando a iluminar nuestras vidas.

            Hoy la celebramos. Celebramos la conversación que el teatro permite. Celebramos el encuentro alrededor de una obra de actores y actrices, directores y directoras, guionistas, equipos técnicos. Celebramos el encuentro alrededor de una obra de audiencias, comunidades que la alimentan con su presencia, con su participación. Celebramos el encuentro alrededor de una obra de una ciudad que a través del teatro ha aprendido muchísimo sobre sí misma, ha construido formas de reírse y de llorar y de soñar, ha propiciado el encuentro, ha sostenido debates importantes sobre lo que es y lo que puede llegar a ser.

            Para el teatro el año pasado fue un reto arduo, pero encontró formas de seguir acompañando, de seguir encendiendo, de seguir tejiendo desde videos en redes sociales, obras a través de plataformas de streaming y podcasts. Ahora, cuando empezamos a reabrir los escenarios culturales, quedan los aprendizajes y los nuevos desafíos: explorar los pequeños formatos, preguntarnos por montajes pensados para aforos limitados. También como espectadores, como comunidades, tenemos responsabilidades claras. Asistir, compartir, invitar a teatro. Así seguiremos encendiendo ese fuego que hace tanto nos ilumina. Así iremos armando colectivamente el escenario del futuro.

            Porque tiene que seguir, porque tiene que proyectarse al mañana, porque tiene que mantenerse vigente esa magia de la caja escénica dentro de la cual puede ocurrir lo que sea sin que sus consecuencias hieran realmente, porque en sus comienzos teatro y democracia fueron una espiral que se alimentaba mutuamente y todavía hoy, estoy seguro, son dos formas de la misma voz: la conversación que nos pregunta por nuestro papel en la comunidad. La conversación que nos recuerda que en la construcción del mañana todos ocupamos un lugar en escena.

 

            Por todo eso, por todo lo aprendido y por todo lo que queda por enseñar. ¡Feliz día del teatro!

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