Esperar mirando atrás - Editorial

Ana María Ruiz Perea

@anaruizpe

Está en cartelera por estos días una película que debería llamarse simplemente Alan Turing, pero le pusieron Código Enigma (The Imitation Game). Ahí se cuenta la historia de un precursor de la informática moderna, creador de la máquina que llamamos computador, durante la II Guerra Mundial en Londres bajo bombardeo alemán. Esa máquina, a la que Turing llama Christopher, ayudó a modificar la correlación de fuerzas que arrinconó a Hitler. Alan Turing recibió de la Reina Isabel II en el 2013 un acto de perdón social y magno por haberlo llevado al suicidio sesenta años atrás, en 1954.

En la post guerra, Turing fue procesado por ser homosexual y se suicidó dos años después de la condena, que incluyó tratamiento “médico” con hormonas para “ser curado” de su enfermedad.

La OMS ha determinado en diferentes ocasiones desde mediados de los años 70 que la homosexualidad no es una enfermedad. Eso es un mandato de salud pública, que significa que no puede darse ninguna clase de “tratamiento para curar la homosexualidad” en el sistema de salud. Por eso toda “clínica” o “terapia” que se ofrece para curar la tal enfermedad son lugares clandestinos, generalmente bajo el amparo de alguna iglesia.

El bochorno público de esta semana, y la comidilla del cotorreo en universidades y redes sociales, corrió por cuenta de la circulación del “concepto científico” que el área de bioética de la facultad de medicina de la Universidad de la Sabana presentó a la Corte Constitucional. Básicamente dicen que las personas LGBTI “merecen nuestro respeto como personas (sic), pero hay que señalar que su comportamiento se aparta del común, lo que constituye de alguna manera una enfermedad”.

Estoy segura que al solicitar su concepto a una universidad, la Corte espera respuesta del saber, no del creer. No se le estaba preguntando al opus dei, sino a la ciencia; a los avances en el tema hasta hoy, no a la sarta de prejuicios que relacionan en el documento de la facultad: hablan de tasa de enfermedad mental, de frecuencia de VIH Sida, de índice de suicidio; dicen que “estas parejas del mismo sexo son mucho más inestables, están afectadas de diferentes situaciones emocionales y físicas” y que “cometen más abusos sexuales”.

La Universidad de la Sabana reza y espera que la ciencia retroceda. Se parecen a los Lefevristas del Procurador, que están esperando que el Rey de España vuelva a ser soberano en estas tierras, cuando nos llamemos de nuevo la Nueva Granada.

Ojalá sólo rezaran sentados, lo complicado es que pretenden dar carácter de validez científica a un rosario de prejuicios y no les de pena presentarlo a la máxima instancia de la justicia. De las 14 universidades a las que la Corte solicitó concepto, solamente la Universidad de la Sabana dijo haber encontrado evidencia científica para no permitir la adopción a parejas del mismo sexo. La bioética de la Sabana no admite que pueda criar un hijo alguien que tenga sexo de manera diferente a un hombre con una mujer, ni permite que la mujer aborte el hijo que una vez nazca va a abandonar. La mujer, que se joda; al niño que lo adopte la “gente normal” que mi dios le asigne y al resto, que se les mantenga en los hogares del Bienestar; y a las personas que quieran criar en pareja los hijos que la sociedad ha rechazado, que primero se “enderecen” y tengan sexo como ellos digan, que después hablamos.

Yo creo que el ejercicio de la sexualidad no tendría por qué ser siquiera un tema debate, al final, no hay nada más íntimo ni más propio que irse a la cama con alguien. Creer que eso afecta de cualquier manera el desempeño familiar, laboral o social de una persona es una actitud abiertamente excluyente.

“Mi sexualidad no es mi pecado, es mi propio paraíso”, dejó dicho Sergio Urrego antes de saltar al vacío en agosto pasado. La Corte Constitucional tiene todo que decirle al país en este tema, porque mientras seleccionó el caso de Sergio para examen, en la próximos días el conjuez Herrera dará el “veredicto” para dirimir el empate de la Corte en el tema de adopción. Son días claves para saber si mientras esperamos ser un mejor país, la Corte mira hacia delante, o con el retrovisor del prejuicio.

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