Por: Julio Pulido
(Poder Ciudadano).
Pocas lluvias y altas temperaturas tienen a 117 municipios en
medio de una escasez de agua potable. 20 departamentos en alerta roja
por incendios forestales.
Intensa polémica generó desde hace pocos
meses (marzo) las imágenes de babillas, chigüiros, tortugas, venados y ganado
en agonía por falta de agua en el departamento del Casanare. Las fotografías de
desiertos salpicados con esqueletos donde antes solo había agua impulsaron la
indignación de expertos, ambientalista, instituciones protectoras del medio
ambiente y, claro está, en redes sociales.
Sin embargo, acostumbrados a la rabia que
se posa por instantes, la indignación causada por los más de 20.000 animales muertos
por falta de agua y altas temperaturas en Casanare, Cesar, Magdalena,
Atlántico, Santander y Chocó cedió rápidamente antes de tener respuestas o peor
aún, al creer como único agente responsable de tal problemática a ese monstruo
tan mencionado pero tan poco explicado: el cambio climático.
La indignación ha menguado, pero la
realidad continúa y se acentúa. La sensación de intenso calor (41 grados
centígrados a la sombra se sintieron hace pocos días en Valledupar) sumada a
lluvias escasas, tienen en alerta roja a las regiones Caribe y Andina del país.
La Defensoría del Pueblo ha advertido que por lo menos 117 municipios son
vulnerables a sufrir una permanente escasez de agua potable por un
clima cada vez más seco.
Al respecto el diario El Espectador
presenta unas cifras preocupantes: En la Guajira han muerto cerca de 15.000
cabezas de ganado, y 10.000 hectáreas de terrenos aptas para los cultivos están
hoy inservibles. Y ya son 20 los departamentos en alerta roja
por incendios forestales, como Antioquia, donde se han presentado 56
conflagraciones en el último mes.
Para muchos la sequía que recorre amplias
zonas del país se deben a la sequía usual e histórica que se presenta en gran
parte del país en esta época del año.
Sin embargo, acusar de nuestras angustias a
eventos de los cuales tenemos un mínimo control, es una práctica demasiado
acomodada que no llega a la raíz del problema. No se trata de negar la evidente
influencia del clima en la sequía que desde inicio de año se padece en gran
parte del territorio nacional. De lo que se trata es de señalar que los
factores climáticos se ven amplificados
por las dinámicas sociales sobre los ecosistemas.
La deforestación, la ganadería extensiva,
los proyectos de inversión y extracción de recursos minero-energéticos demandan
grandes cantidades de agua que alteran la dinámica hídrica de los suelos
generando las condiciones para que los efectos climáticos (hoy sequías) sean
más intensos.
Este tipo de intervenciones extractivistas
sin un plan que mitigue sus efectos en los ecosistemas acentúan los efectos
climáticos sobre el agua y otras especies.
“Es claro que ante las lógicas
extractivistas de los últimos gobiernos nacionales y en medio de un modelo
económico neoliberal que sólo ve a la naturaleza como una gran despensa de
bienes mercantiles susceptibles de explotación, las áreas boscosas, los
humedales, las fuentes hídricas y la biodiversidad no están siendo incorporadas
como elementos centrales en los procesos de planificación del territorio”,
señaló Omar Ramírez, docente y consultor en temáticas ambientales.
Podemos seguir acusando de nuestras
angustias a los fenómenos climáticos, en parte tendremos razón, pero, en
palabras de Omar Ramírez “la problemática de fondo que se tiene que discutir es
la forma como se está planificando el desarrollo en esta región del país y su
relación con los niveles de vulnerabilidad a eventos como la sequía”.
@ignotolegris
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