Por: Jhon parra
Caminar por el humedal La Tibanica es experimentar la relación con la naturaleza, el ambiente, las aves, la tierra, el silencio, el peligro y la zozobra. Basta con llegar al lugar para comprender que es un territorio ajeno a la comunidad.
Decidimos salir del lugar por segunda vez después de que un hombre de mediana estatura, con caminado particular, saco blanco y ancho, cigarrillo en la mano con olor particular y en un estado no consiente, nos pidió plata para su gasolina, con una actitud que nos alertó sobre el posible riesgo que estábamos corriendo. Díez minutos antes de lo ocurrido, habíamos tenido que salir también del lugar porque otro hombre, vestido de azul nos hizo entender con su mirada, en repetidas ocasiones, que era mejor no seguir más adelante. Su actitud nos produjo desconfianza.
No podíamos irnos sin tomar algunas fotografías del lugar, hablar con los guardianes del humedal, recorrer un poco más el sitio, etc.
“Aquí somos cinco, hay tres bachilleres, mi compañero y yo que nos encargamos de darle la ronda todos los días al humedal”, dijo el hombre que se asomó por la ventana de una edificación que hay más o menos cerca a Tibanica. Quince minutos después, tres hombres jóvenes bachilleres con tan solo un bolillo y un hombre mayor de aproximadamente 40 años, con un machete, salen del recinto para acompañarnos a caminar, solicitud que les hicimos teniendo en cuenta la experiencia que acabábamos de pasar.
Si miras con detenimiento te darás cuenta que el humedal es realmente grande. Su vegetación es diversa y el paisaje es casi hermoso. Diverso tipo de aves se reúnen allí como en tertulia y el silencio que hay en el lugar hace que entres en un estado armónico y de paz, claro, siempre y cuando vayas acompañado como nos tocó a nosotros. Es la única forma de poder apreciar lo hermoso que es Tibanica.
500 metros más adelante reafirmamos lo dicho anteriormente, Tibanica es hermoso. Tinguas, Picorrojas y picoamarillas son algunas de las aves que logramos ver hacia las 3 de la tarde, hora en la que empiezan a reunirse junto a los gavilanes maromeros que parecen ser los dueños del lugar. La presencia de cuatro hombres, sentados entre la vegetación a un costado de donde estamos nos hace entender que no solo los gavilanes mandan en el lugar, hay otros que también gobiernan allí.
No sacar la cámara es la primera recomendación que nos dan los bachilleres, quienes un poco nerviosos y muy atentos a lo que ocurre con nosotros nos van relatando que tan solo llevan tres días en el humedal y que realmente no saben mucho del lugar. El celador, el sr. Rojas confirma lo dicho por los anteriores, pues él también lleva poco tiempo en el lugar y asegura que las condiciones de seguridad son difíciles, pues aunque el lugar parece tranquilo como se dijo en un principio, muchos hombres rondan el humedal echándose un cacho de marihuana e impiden el paso tranquilo.
El recorrido se torna entre conversaciones y un bello paisaje. Una pequeña extensión de agua rodeada de vegetación hace que nos detengamos un momento a tomar rápidamente fotografías, mientras uno de los bachilleres describe lo que vemos. Señala con seguridad que allí es habitual que las aves se reúnan cuando empieza a caer la tarde.
Observamos entonces que a lo lejos, cinco hombres jóvenes, se esconden entre los matorrales. El celador asegura que estos suelen pasar su tiempo allí fumando marihuana y que es mejor hacer el recorrido con un grupo extenso y no solo, como antes lo estábamos haciendo. Nos pide de nuevo guardar la cámara y nos rodean protegiéndonos. Los hombres escondidos salen de donde estaban y saludan, tal vez, burlándose de nosotros, pues el joven de saco blanco, el mismo que hace media hora nos había pedido plata para la gasolina, en voz baja les cuenta que fuimos nosotros los que le dimos 200 pesos y salimos huyendo del lugar.
Seguimos el recorrido notando que en el lugar se llevan a cabo construcciones hechas por el acueducto de Bogotá, por lo que empieza a tornarse el humedal grisáceo; el polvo que generan las volquetas que pasan a un costado de allí provoca lo anterior. Una retroexcavadora trabaja en medio del humedal abriendo paso, rellenando con tierra lo que antes era agua. Notamos, de igual forma, con preocupación, el canal Tibanica, el cual pasa por un lado y está en muy mal estado, debido a las basuras que arrojan los vecinos y la contaminación de sus aguas, lo que hace que el humedal deje de ser por un momento bello.
Decidimos devolvernos. Los hombres de nuevo escondidos entre los matorrales se despiden “amablemente”. Los gavilanes, amos del lugar, sobrevuelan el humedal y nosotros emprendemos la partida, teniendo en cuenta la hora y el peligro que no deja de estar latente. Finalizamos el pequeño recorrido agradeciéndoles a quienes nos acompañaban por su amabilidad y haciendo reflexiones conjuntas sobre el estado en el que se encuentra el humedal, el tema de seguridad y basuras, pues si bien es un lugar para disfrutar, lo anterior, hace que muchos se pierdan del paisaje, por el temor que nos generó a nosotros mismos la presencia de esos hombres que parecían querernos robar.
Caminar por el humedal La Tibanica es experimentar la relación con la naturaleza, el ambiente, las aves, la tierra, el silencio, el peligro y la zozobra. Basta con llegar al lugar para comprender que es un territorio ajeno a la comunidad.
Decidimos salir del lugar por segunda vez después de que un hombre de mediana estatura, con caminado particular, saco blanco y ancho, cigarrillo en la mano con olor particular y en un estado no consiente, nos pidió plata para su gasolina, con una actitud que nos alertó sobre el posible riesgo que estábamos corriendo. Díez minutos antes de lo ocurrido, habíamos tenido que salir también del lugar porque otro hombre, vestido de azul nos hizo entender con su mirada, en repetidas ocasiones, que era mejor no seguir más adelante. Su actitud nos produjo desconfianza.
No podíamos irnos sin tomar algunas fotografías del lugar, hablar con los guardianes del humedal, recorrer un poco más el sitio, etc.
“Aquí somos cinco, hay tres bachilleres, mi compañero y yo que nos encargamos de darle la ronda todos los días al humedal”, dijo el hombre que se asomó por la ventana de una edificación que hay más o menos cerca a Tibanica. Quince minutos después, tres hombres jóvenes bachilleres con tan solo un bolillo y un hombre mayor de aproximadamente 40 años, con un machete, salen del recinto para acompañarnos a caminar, solicitud que les hicimos teniendo en cuenta la experiencia que acabábamos de pasar.
Si miras con detenimiento te darás cuenta que el humedal es realmente grande. Su vegetación es diversa y el paisaje es casi hermoso. Diverso tipo de aves se reúnen allí como en tertulia y el silencio que hay en el lugar hace que entres en un estado armónico y de paz, claro, siempre y cuando vayas acompañado como nos tocó a nosotros. Es la única forma de poder apreciar lo hermoso que es Tibanica.
500 metros más adelante reafirmamos lo dicho anteriormente, Tibanica es hermoso. Tinguas, Picorrojas y picoamarillas son algunas de las aves que logramos ver hacia las 3 de la tarde, hora en la que empiezan a reunirse junto a los gavilanes maromeros que parecen ser los dueños del lugar. La presencia de cuatro hombres, sentados entre la vegetación a un costado de donde estamos nos hace entender que no solo los gavilanes mandan en el lugar, hay otros que también gobiernan allí.
No sacar la cámara es la primera recomendación que nos dan los bachilleres, quienes un poco nerviosos y muy atentos a lo que ocurre con nosotros nos van relatando que tan solo llevan tres días en el humedal y que realmente no saben mucho del lugar. El celador, el sr. Rojas confirma lo dicho por los anteriores, pues él también lleva poco tiempo en el lugar y asegura que las condiciones de seguridad son difíciles, pues aunque el lugar parece tranquilo como se dijo en un principio, muchos hombres rondan el humedal echándose un cacho de marihuana e impiden el paso tranquilo.
El recorrido se torna entre conversaciones y un bello paisaje. Una pequeña extensión de agua rodeada de vegetación hace que nos detengamos un momento a tomar rápidamente fotografías, mientras uno de los bachilleres describe lo que vemos. Señala con seguridad que allí es habitual que las aves se reúnan cuando empieza a caer la tarde.
Observamos entonces que a lo lejos, cinco hombres jóvenes, se esconden entre los matorrales. El celador asegura que estos suelen pasar su tiempo allí fumando marihuana y que es mejor hacer el recorrido con un grupo extenso y no solo, como antes lo estábamos haciendo. Nos pide de nuevo guardar la cámara y nos rodean protegiéndonos. Los hombres escondidos salen de donde estaban y saludan, tal vez, burlándose de nosotros, pues el joven de saco blanco, el mismo que hace media hora nos había pedido plata para la gasolina, en voz baja les cuenta que fuimos nosotros los que le dimos 200 pesos y salimos huyendo del lugar.
Seguimos el recorrido notando que en el lugar se llevan a cabo construcciones hechas por el acueducto de Bogotá, por lo que empieza a tornarse el humedal grisáceo; el polvo que generan las volquetas que pasan a un costado de allí provoca lo anterior. Una retroexcavadora trabaja en medio del humedal abriendo paso, rellenando con tierra lo que antes era agua. Notamos, de igual forma, con preocupación, el canal Tibanica, el cual pasa por un lado y está en muy mal estado, debido a las basuras que arrojan los vecinos y la contaminación de sus aguas, lo que hace que el humedal deje de ser por un momento bello.
Decidimos devolvernos. Los hombres de nuevo escondidos entre los matorrales se despiden “amablemente”. Los gavilanes, amos del lugar, sobrevuelan el humedal y nosotros emprendemos la partida, teniendo en cuenta la hora y el peligro que no deja de estar latente. Finalizamos el pequeño recorrido agradeciéndoles a quienes nos acompañaban por su amabilidad y haciendo reflexiones conjuntas sobre el estado en el que se encuentra el humedal, el tema de seguridad y basuras, pues si bien es un lugar para disfrutar, lo anterior, hace que muchos se pierdan del paisaje, por el temor que nos generó a nosotros mismos la presencia de esos hombres que parecían querernos robar.
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