Una carta que parece más un panfleto político que una denuncia seria circula desde hace horas como pólvora en redes sociales, firmada por el excanciller Álvaro Leyva Durán. En ella, sin prueba alguna y con afirmaciones propias del morbo mediático, se acusa al presidente Gustavo Petro de tener problemas de drogadicción y de estar "secuestrado por su círculo cercano". Y mientras tanto, los grandes medios de comunicación del país —esos que aún se proclaman guardianes de la verdad— han decidido difundir sin contraste ni verificación estas declaraciones como si se tratara de una verdad revelada. Otra página vergonzosa en la historia reciente del periodismo colombiano.
¿Desde cuándo los rumores reemplazaron a los hechos?
Lo que debería ser un escándalo mediático por su falta de rigor, ha terminado convertido en la noticia del día. Titulares incendiarios, hilos virales, editoriales sesgados. Pero no hay una sola prueba: ni un examen médico, ni un informe clínico, ni una fuente independiente. Solo la palabra de un político que hace parte del mismo círculo que ahora denuncia. Como si con eso bastara.
¿En qué momento el periodismo dejó de preguntarse “¿qué prueba hay?” para saltar directo a “¿cuánto rinde este escándalo en clics”? ¿Desde cuándo la opinión de un exministro se volvió más importante que los principios éticos del oficio?
Una vieja táctica con un nuevo rostro: la desinformación como estrategia de poder
No es la primera vez que se intenta destruir la imagen de Gustavo Petro a punta de calumnias. En 2018 fueron audios editados. En 2020, falsos vínculos con la guerrilla. Ahora, la acusación es otra, pero el método es el mismo: lanzar la bomba, generar la duda, erosionar la legitimidad. Todo sin una sola prueba.
La coincidencia no es menor: esta campaña surge justo cuando el Gobierno avanza en una de sus apuestas más ambiciosas y peligrosas para las élites: la consulta popular. Un mecanismo democrático que —paradójicamente— parece generar pánico en quienes siempre han decidido sin consultar a nadie. Porque lo que está en juego no es sólo la imagen de un presidente: es el derecho del pueblo a decidir.
Los traidores del cambio: del poder al revanchismo
Tal vez lo más preocupante de este episodio no sean los ataques previsibles desde la oposición, sino la deslealtad de quienes ayer aplaudían al gobierno y hoy lo acusan sin piedad. Leyva no está solo: a la lista se suman figuras como Armando Benedetti, Alejandro Gaviria y otros tantos que, al verse fuera del juego, optaron por el camino más fácil: dinamitar el proceso desde adentro.
¿Y los medios? Cómplices silenciosos. Columnistas que ayer exaltaban al excanciller hoy lo citan como oráculo. Programas de opinión que no contrastan, sino que amplifican. No se investiga, se repite. No se denuncia, se editorializa.
Más allá del personaje: ¿qué país queremos construir?
Este no es un texto para defender a Petro ciegamente. Ningún gobierno está exento de crítica. Pero sí es un llamado a la sensatez, al rigor, a la ética mínima que debería regir el periodismo y la política. No se puede permitir que la palabra “drogadicto” usada sin evidencia destruya reputaciones, desacredite reformas y sabotee el curso de la democracia.
Colombia merece algo mejor que un debate público alimentado por rumores. Merece medios que investiguen, que no se plieguen al espectáculo. Y merece también una ciudadanía crítica, que no trague entero lo que se publica porque “lo dijo tal medio” o “lo escribió tal político”.
Si esto se convierte en el nuevo estándar, mañana bastará con una carta malintencionada para tumbar gobiernos, asesinar honras y dividir al país en torno a falsedades. El costo no lo pagará Petro, ni Leyva, ni los noticieros: lo pagará la democracia.
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